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EN DEFENSA DE LA UNIVERSIDAD PUBLICA

Estamos ante el saqueo y la liquidación por derribo de las universidades públicas, sin que ningún gobernante mueva un dedo para impedirlo, y sin que una buena parte de los rectores universitarios, incluso una parte no despreciable del profesorado, se resistan lo más mínimo, a este diseño ideológico de un sistema universitario al servicio de corporaciones privadas e intereses financieros. que han doblegado a los Estados. A medio plazo, éstos, podrían dejar de financiar la universidad pública.

En estos tiempos, no se quiere un conocimiento que parte de la duda, porque la duda conduce a la crítica. Por eso se persigue a la Filosofía y se la elimina de los programas de las enseñanzas medias y universitarias. Tampoco se desea una universidad que tenga en cuenta nuestro pasado, para entender nuestro presente y proyectar nuestro futuro. Por eso se persigue a los historiadores. Se pretende que las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, las TIC’s, no tienen más dimensión sociológica que la de su simple presencia y, por eso, se arrinconan los análisis críticos de esta sociedad basada en ellas. No se quiere una universidad que piense y que enseñe a pensar, que critique y forma conciencias críticas. Se quiere una universidad, gestionada con las técnicas del managment propio de la empresa privada; que imparta conocimientos técnicos de inmediata aplicación al mercado e investigaciones que sirvan a los designios, de los beneficiarios del modelo neoliberal convertido en planetario: la universidad gerencial en la que se desarrolla una investigación administrativa.

Tras años de reformas neoliberales ininterrumpidas, el deterioro de la universidad pública europea es evidente. No se ha mejorado la institución universitaria, Muy al contrario, se la está privando de su función pedagógica básica: impartir enseñanza que formen ciudadanos libres. El EEES responde a la perfección al diseño que en este nuevo capitalismo (el capitalismo cognitivo) se hace del sistema universitario público, en el que los Estados-nación han intervenido para facilitar que otros agentes sociales poderosos, del ámbito empresarial y financiero, liquiden esta función de la enseñanza universitaria. Somos libres en proporción directa a nuestra cultura y, si hay un lema radicalmente opuesto a todos los del Espacio Europeo de Educación Superior es el de “Cultura para la libertad”.

La “calidad” y la “excelencia”, en la terminología neoliberal impuesta, se presentan envueltas en la retórica hueca de las bondades del modelo boloñés: modelo basado en el esfuerzo personal del alumno, pero con menos años de estudio; titulaciones y sistemas de créditos homologables en todo el EEES; dobles y hasta triples titulaciones que se adaptan a las demandas del mercado laboral; intensa utilización del TIC en la enseñanza; universidades no presenciales, entre otras. Sin embargo, tras esa fachada, ambas llevan a un resultado exactamente inverso al que dicen tratar de promover. Hay mucha distancia entre los eslóganes de los mentores del EEES y las consecuencias prácticas de su aplicación. Conviene destacar las siguientes: hipercompetitividad, desvalorización de los saberes construidos sobre la experiencia, mercantilización del aprendizaje, sustitución de saberes teórico-reflexivos por saberes instrumentales, especialización extrema de campos y líneas de investigación y fraudes en la investigación.

Por lo que respecta a los sistemas de evaluación, la de la calidad de la docencia es la primera expresión del asalto a la universidad pública por el capital. Todo se reduce a la productividad y al rendimiento económico. Es un instrumento de control, tanto para el profesor que debe ajustarse a las exigencias de su centro, como para el centro que tiene que obtener resultados tangibles y presentarlos a las agencias evaluadoras correspondientes, que en última instancia son las guardianas de las esencias neoliberales del modelo boloñés.  Otro tanto ocurre con la evaluación de la actividad investigadora. Los sistemas de evaluación estandarizados según el modelo anglosajón; diseñados primeramente para las ciencias experimentales y aplicados sin reflexión a las humanidades y las ciencias sociales, no miden la calidad de la investigación sino si esta se ajusta a las demandas del sector privado que requiere de la universidad resultados concretos y de aplicación al mundo de la empresa, los negocios y las finanzas. El hecho de que los sistemas de evaluación se basen en algoritmos, desarrollados por empresas privadas que, a su vez, son propiedad de grandes corporaciones transnacionales, pone sobre el tapete la siguiente cuestión: mientras la agenda de la investigación sea la agenda de capital, no será posible ninguna otra agenda y menos que ninguna aquella que se proponga investigar no sólo que se investiga, sino por qué se investiga. La investigación es de algo y para algo, pero también es por algo.

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